miércoles, 18 de mayo de 2011

¿ES ARTE EL DISEÑO?

¿ES ARTE EL DISEÑO? SOBRE EL DISEÑO, EL ARTE Y LOS NIVELES DE LIBERTAD.

Parece lógico pensar que el diseño, desde su posición de “libertad arrebatada” como “arte” atado a normas y con un objetivo avasallado, sueñe desde la distancia, con una envidia sana, con ser algún día tan arte como el arte mismo. Una envidia sana, pues arte y diseño se alimentan uno del otro desde el nacimiento del segundo.  Es sabido que el diseño bebe de las artes visuales, la fotografía y la composición tipográfica de una forma evidente.

Se establece así, por lo general, una pirámide jerarquizada donde el trono del arte es soportado por los materiales de labranza del diseño. Una diferenciación de clases tan injusta como el propio caso medieval. El arte, inalcanzable y de características sublimes y elitistas, se enfrenta de esta manera a la cotidianeidad y vulgaridad del diseño, dotándolo de un carácter inferior de una manera casi despectiva.

Es absurdo comparar dos estudios que pertenecen, tan claramente, a dos esferas totalmente distintas. ¿Pero cuáles son realmente las diferencias entre estas dos disciplinas? ¿Qué es lo que lleva a la gente a plantearse estas cuestiones?  No me pararé a analizar las características de cada una de las disciplinas, dando por sabido que medios y objetivos son totalmente diferentes. La cuestión a resolver, en mi caso, es el porqué de la confusión, qué nos lleva a engaño y como poder aclararlo. Mi mente, en este aspecto, está bastante confusa.

La excusa más fácil para defender que arte y diseño son tan solo primos lejanos y no hermanos de sangre, es la diferenciación de los niveles de libertad. Se comenta que el diseñador, no puede basarse única y exclusivamente en el gusto personal, ya que el producto final va destinado a un público específico; y que el artista, hace lo que le gusta, inspira o fascina sin tener en cuenta a los demás. El artista puede liberar sus sentimientos, expresar tanto como quiera, y por ello cuenta con libertad plena para la creación, mientras que el diseñador, de cara lúgubre y taciturna es esclavizado por los cargantes encargos a los que tiene que someter su orgullo y gusto personal. De nuevo caemos en el error.

Estas ideas, no dejan de tomar al arte como un conocimiento superior al diseño. Aunque dividen las dos disciplinas en dos esferas independientes, cosa que es ya bastante positiva,  siguen manteniendo la idea de que la esfera del arte es superior a la del diseño. Esto se debe quizás a la erróneamente difundida idea del arte como estado superior del ser humano, donde toda creación artística pasa a una dimensión desdibujada y confusa donde todo aumenta de valor. Continuamente se defiende la diferenciación entre arte y diseño basándose en una aparente superioridad del arte, debida a la cuestión de los niveles de libertad. Pero no todos los artistas son el rey Midas.

Los niveles de libertad forman una parte clave de esta discusión, pero no del modo antes tratados. Entendamos al arte y al diseño como dos pirámides separadas. En ellas también se lleva a cabo una jerarquización, pero al estar separadas, ni arte ni diseño se superpone a otra disciplina. Cada una de las pirámides se encuentra dividida según niveles de libertad.

Los niveles de libertad son aquellos puntos en los que la gente no es capaz de discernir entre arte y diseño. Son la clave de la confusión, y la clave de unión entre ambas disciplinas.

Por ejemplo: Parémonos a observar el primer piso de las pirámides. En uno, encontramos un diseñador gráfico de provincias, rompiéndose la cabeza por intentar sacar algo en claro de un encargo que le somete a la inmovilidad. Cabizbajo espera algún día el proyecto que cambiará su vida. Por ahora deberá continuar con su esclavizante trabajo, ese en el que el cliente tiene que entrar de alguna manera en su cabeza. Si miramos a la otra pirámide nos encontramos en una plaza mayor. Un roído taburete y una tabla le sirven a nuestro pequeño artista de herramientas para llevarse el pan a la boca. Espera que la primera turista alemana que pase le pida un retrato, que evidentemente tendrá que reflejar su teórica belleza y delgadez. ¿No nos encontramos acaso ante dos personajes en una situación familiar? Ambos se encuentran sometidos a encargos que limitan su capacidad de creación, y sin embargo, uno es artista y otro diseñador.

Del mismo modo podemos encontrar artistas con encargos para ayuntamientos u otras instituciones, encargos en los que él también debe aferrarse a unas normas. Encargos como retratos en los que el cliente frena al artista en su ya comentada libertad plena, con frases como “Sácame bien”, “Lo quiero de color azul”, “De este tamaño” o “Lo que puedas con cien euros”. No siempre el arte se hace por amor al arte.
Contemplemos ahora la cúspide. ¡Ahí está!, el tan aplaudido artista. Ese que tan pretenciosamente se presentó en ARCO, creando, de la nada, una obra de arte. Sin límites, sin premisas, sólo libertad plena. Su condición es tan alta, y cuenta con tanto poder, que haga lo que haga será obra de arte. Precios desorbitados que disparan a nuestra sensibilidad estética, a nuestro gusto y a nuestra cartera. Inútil, si, pero arte.
Una inutilidad que se basa en la aparente no relación entre artista y público, entre la obra de arte y la realidad humana, como si un muro de hormigón separase el mundo real del mundo del arte. Pero el arte, como creación humana, esta relacionado con el hombre, y por consiguiente con su entorno y situación social. Hablar de una autonomía del arte como meditaba Adorno es absurdo. Arte y diseño se relacionan con el hombre de la misma manera y al mismo nivel, solo que con objetivos diferentes.

Si observamos a la cúspide de la pirámide del diseño, deberíamos encontrarnos con la utilidad pura. La platónica idea del bien atribuida al diseño. Una utilidad, que en muchas ocasiones, brilla por su ausencia. Los puestos superiores de la pirámide del diseño se encuentran ocupados por diseñadores de tal fama y reconocimiento, que haciéndose con el “todo vale” cuentan con libertad plena de creación, aproximándose así a lo que teóricamente se entiende por artista. Tomemos como ejemplo el quizás erróneo ejemplo de la moda. En este punto encontramos a personajes como Jean Paul Gaultier. Un diseñador de moda de la talla del excéntrico francés nos hace meditar sobre donde se desdibuja la frontera entre arte y diseño. En su caso, se trata de idear y llevar a cabo la creación de prendas de vestir, que como todos sabemos son objetos de una utilidad evidente y de primera necesidad. Sin embargo, cualquiera es capaz de deducir que un diseño de Jean Paul es más bien complicado de llevar. Estamos entonces ante una utilidad inútil, objeto de una creación totalmente libre y aceptada por todos. Jean Paul se acerca a lo que entendemos por artista. ¿Acaso no es, en cierta manera, la construcción de vestidos similar a la construcción de esculturas? En este punto me gustaría recuperar una frase del diseñador de moda español Cristóbal Balenciaga: “Un modisto debe ser: arquitecto para las líneas, escultor para las formas, pintor para los colores, músico para la armonía y filósofo para la mesura”.

Alejándonos del ejemplo de la alta costura, encontramos diseñadores que apenas atienden al público, limitándose a realizar un trabajo basado en su gusto personal, que, debido a su reconocimiento, es aceptado.

Podemos utilizar de la misma manera la pirámide de la fotografía, donde en los puestos inferiores se encontraría el ya tan conocido estudio fotográfico de barrio, esperando por alguna boda o comunión, y donde los puestos superiores pasean de la mano del arte “convencional” en las ferias internacionales.

Los niveles de libertad, son por tanto la causa de la confusión. Todas las cúspides de todas las pirámides que conforman el conjunto de la cultura de comunicación visual se desdibujan en un mismo punto, donde todo es arte y nada es arte.

La cultura en su totalidad se encuentra dividida en estas pirámides, y las cúspides ejemplifican una creación sublime, espléndida y espectacular que puede ser considerada por muchos como arte (de una manera metafórica que nos imposibilita olvidar esa ya tan establecida idea de la perfección de la dimensión del arte). Si consideramos que cualquier cosa puede ser arte, véase cocinar, caminar, hablar, escribir, pescar o torear; utilizando arte como un simple nombre subordinado al verbo posterior (el arte de cocinar, caminar…) podemos considerar, lógicamente al diseño como un arte más. Pero si no encontramos arte alguno en el caminar –enfrentándonos así con algún médico fascinado por el aparato locomotor- el arte es arte y el diseño es diseño.

En nuestras manos está ser conscientes de la individualidad de dichas pirámides. Darnos cuenta de que solo aquellas que hacen referencia a la cultura visual comparten su vértice superior en un punto muerto de la definición de arte. Tenemos que ser conscientes de que la discusión es absurda. El arte es arte, el diseño es diseño. Ambos se complementan, se entienden y se inspiran porque pertenecen al mismo mundo, la cultura visual. Pero si no se deja de pensar en las diferencias entre las dos disciplinas, el diseño quedará estancado en un punto de no progreso, a la cola del arte, soportando sobre sus hombros el peso de su trono.