martes, 17 de enero de 2012

Guerre Fatale. Capitulo 1.

La Viena de fin de siglo.

En 1859, Francisco José I de Austria desabrochó el cinturón de la ciudad de Viena. Al derribar las murallas medievales de la ciudad, la capital del Imperio se sintió liberada, corriendo como corre un perro sin correa, hacia la libertad de la modernidad. El vacío causado por las murallas puso a disponibilidad del imperio unos suculentos terrenos para la ampliación y renovación urbanística de la ciudad. La capital –nombrada como tal en 1867- creció hasta convertirse en una ciudad burguesa, moderna y cosmopolita, y la calle-anillo resultante pasó a la historia conforme era construida.

La Ringstrasse se convirtió en el centro cultural y político de Viena. La Ópera, el parlamento, el ayuntamiento, los museos de Arte e Historia natural, la academia de Bellas Artes y el Palacio Imperial convivían en un halo de cultura y poder. A las puertas del siglo XX, Viena se enclavaba en una de las más fascinantes épocas de la historia del arte y de la cultura. Los famosos cafés vieneses, donde se podía degustar una porción de tarta Sacher con una buena taza de café, eran un hervidero de intelectuales. Lugares acogedores y exquisitos todos ellos, que albergaban según su nombre a clientela muy diferente. Sin embargo existe una explicación para la excesiva cantidad de gente en los cafés vieneses. El apenas medio millón de habitantes que habitaba la ciudad durante la construcción de la Ringstrasse, había aumentado en vísperas de la Gran Guerra a más de dos millones, convirtiéndose, el caso poblacional, en un serio problema. La gente convivía en condiciones infrahumanas en minúsculas viviendas, viéndose obligados en muchas ocasiones a buscar en los cafés ciertas necesidades hogareñas, privadas y vitales. Mientras que la clase baja se agolpaba en los cafés buscando refugiarse del crudo invierno Vienés, la clase alta se pavoneaba bien abrigada por la Ringstrasse. Cada vez era más evidente el problema social.

“Riqueza fastuosa y repugnante miseria”. Así describió Adolf Hitler la capital del Imperio en el Mein Kampf. Su exquisita experiencia en la Ringstrasse a su llegada a la capital, que también se refleja en el famoso libro antes citado, queda ya enterrada por un joven que se siente traicionado. Dos veces fue Hitler despertado de la ensoñación, tantas como veces fue rechazado de la Academia de Pintura vienesa. Al mal despertar se le unió al poco tiempo la muerte de su madre, y hundido en la indigencia y la caridad, inhaló todas las pestes posibles de la sociedad vienesa. Cuando las náuseas fueron inevitables, el joven Adolf, metió su recién comprado antisemitismo en la maleta y marchó rumbo a Múnich. Karl Kraus, el intelectual más influyente de la Viena de anteguerra describió la ciudad imperial como “El campo de pruebas para la destrucción del mundo”, un laboratorio del apocalipsis.

Stephan Zweig describe al imperio como una casa comida por los gusanos en la que nunca se sabe que será lo próximo en venirse abajo. El Volksgarten, las jóvenes vienesas, las notas de vals entre las lilas, el psicoanálisis, la elegancia, la belleza, la alegría de vivir  y un sol que hace sonreír al corazón, como describe Robert Musil, son atributos vieneses reales. Pero también lo son la pobreza, el descontento con la monarquía y el olor a pólvora en el horizonte, allí donde se sitúan los inmundos suburbios que ejemplifican el abismo que separa las clases sociales.

La burguesía como clase social dominante, actúa como catalizador en este florecimiento cultural, un mecenazgo burgués. Pero el lujo, lo suntuoso, la pompa que rodeaba a los adinerados vieneses era, en muchas ocasiones, pura apariencia. Viena ocultaba tras una máscara de oro su corazón de carbón, sangre y pólvora. Mostraba un gran desfase entre apariencia y realidad. Prisionera del pasado y rehuyendo constantemente de un futuro que asusta por lo desconocido. Parecía necesaria una renovación que a modo de ilusoria máscara alternativa alejase al mundo, y más especialmente a Viena, de su cruda realidad.




Cúpula del Edificio de la Secesión Vienesa.
Fachada Principal. Josef Maria Olbrich. 1898-99.


Ver Sacrum es una expresión latina que significa Primavera Sagrada y que hace referencia a una tradición de la antigüedad. Dicha tradición se basaba en el acto de preparar un contingente de jóvenes –generalmente nacidos el mismo año-  para abandonar el pueblo con la misión de conquistar nuevas tierras y establecer nuevas tribus. Pero Ver Sacrum también es el título de la revista de la Secesión vienesa, cuya primera edición data de 1898. La metáfora es evidente: El deseo de expulsar a las jóvenes promesas de un arte clásico y tachado de académico, para conquistar nuevos terrenos de la concepción y la belleza, y establecer así nuevos lenguajes artísticos. La Secessión, fundada en 1897, se presenta como un proyecto de renovación estética. Aunque ligada con el Art Nouveau, e incluida en el contexto del Modernismo, presenta diferenciaciones importantes. Se busca la elegancia, pero predomina la sobriedad formal, e incluso cierta severidad, plantando en la tierra del arte la semilla del expresionismo. Es por esto por lo que la Secesión se presenta como una institución-eslabón de renovación y asimilación de los estilos extranjeros y del pasado, para proyectarlos hacia un futuro perturbador y desconocido. La decoración es modernista; ni orgánica, ni naturalista sino estilizada y abstracta, y se da gran importancia a la tipografía, que entienden como  un elemento determinante, que tiene un valor formal, compositivo y comunicativo. Por ello, la Secesión es entendida en múltiples ocasiones como una sietemesina vanguardia.

Sobre la puerta del Pabellón de exposiciones de la Secesión -edificio diseñado por Joseph Maria Olbrich-  aparecen unas letras doradas sobre un blanco puro: “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit”. Con este mensaje – “A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad”- el colectivo vienés se reafirma en su deseo de renovación. Una renovación que llevará al debate entre ornamento y función aplicado al diseño de edificios y objetos, pero también como principio ético y estético, intelectual e ideológico que se proyecta de toda manifestación del arte, del pensamiento y de la ciencia. De esta manera, la Viena del momento se divide entre los que ocultan y los que desvelan, entre el paraíso y el abismo, entre los que buscan una alternativa para levantar el polvoriento velo de apariencia vienesa poco a poco, y los que quieren hacerlo de forma inmediata. Del mismo modo, a la derecha del edificio se encuentra una estatua de bronce de Marco Antonio, obra de Arthur Strasser. El general romano se muestra en ella como un ser perezoso y decadente, haciendo evidente el profundo conocimiento que los miembros de la Secesión tenían en referencia al ambiente de Fin de siècle.

La sociedad temía lo nuevo. La angustia y la tristeza de cerrar un siglo envolvía a la capital como una nube que anticipa una tormenta. Sin embargo parecía que una burbuja protectora, prevenía a la ciudad de miradas indiscretas hacia una nube que quería hacerse pasar por inexistente. La capital debía ser vestida por un falso bienestar.

Gustav Klimt (1862- 1918), el más importante exponente de la Secesión, desnuda a la mujer y la muestra llena de sensualidad. La rodea de un ornamento moderno y nos la presenta como la femme fatale en la que se habían convertido las grandes y ricas señoras de Viena. ¿Pero quiénes eran estas grandes y ricas señoras vienesas? ¿Eran realmente Femmes Fatales?


David Von Kirchen

1 comentario: